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¿Cómo saber si mi hijo o hija tiene TEA (Trastorno del Espectro Autista)?

Publicado: 30 de septiembre de 2020, 13:27
  1. Trastornos
¿Cómo saber si mi hijo o hija tiene TEA (Trastorno del Espectro Autista)?

¿Qué es el TEA? En nuestra práctica profesional nos encontramos frecuentemente con familias que acuden a nosotros con una duda concreta: “¿Mi hijo es autista?”. Esta pregunta suelen hacérsela a raíz de comentarios o información que reciben a través de sus entornos más directos (familia, cole, otros profesionales…).

Por este motivo, consideramos importante informar sobre este trastorno, los criterios diagnósticos, sus implicaciones para las familias y el niño y su relevancia actual. Para empezar, no podemos referirnos a un “niño autista” sino a un niño que tiene Trastorno del Espectro Autista, conocido como TEA (Attwood, 2013).

Criterios diagnósticos de TEA

El TEA es un trastorno del neurodesarrollo que, según el DSM 5 (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales), se caracteriza por dificultades predominantes en el área de la comunicación e interacción social, así como patrones restrictivos y repetitivos de comportamiento, intereses o actividades (American Psychiatric Association, 2013).

Basándonos en esto, el Trastorno del Espectro Autista no se considera una enfermedad ni atiende a una serie de síntomas, sino que es un amplio espectro con diferentes manifestaciones y niveles de gravedad que se ajustan a unos criterios diagnósticos.

Actualmente el diagnóstico de TEA atiende a la presencia de dos criterios (que no síntomas) generales:

  • Deficiencias persistentes en la comunicación e interacción social: acercamiento social anormal, fracaso de la conversación normal, comunicación verbal y no verbal poco integrada (anomalías del contacto visual y del lenguaje corporal) o deficiencias de la comprensión y el uso de gestos, así como dificultades para ajustar el comportamiento en diversos contextos sociales.
  • Patrones restrictivos y repetitivos de comportamiento, intereses o actividades: habla estereotipada, inflexibilidad de comportamientos y rutinas, intereses muy fijos y restringidos en función de la intensidad y/o foco de interés y reactividad no regulada a estímulos sensoriales (indiferencia aparente al dolor/temperatura, respuesta adversa a sonidos o texturas específicos, olfateo o palpación excesiva de objetos, fascinación visual por las luces).

Estos criterios se definen, a su vez, mediante unos niveles de gravedad y necesidades de apoyo, que varían desde un nivel 3 (“necesita ayuda muy notable”), nivel 2 (“necesita ayuda notable”) a un nivel 1 (“necesita ayuda”).

Señales de alerta en el trastorno del espectro autista

Teniendo en cuenta toda esta información resulta interesante conocer qué signos podemos observar en niños y adolescentes que indiquen señales de alerta en su desarrollo.

Señales de alerta de 0 a 6 años

Los signos que tener en cuenta durante la etapa de 0 a 6 años son los siguientes:

  • Si el niño no ha iniciado el lenguaje o algún tipo de comunicación con su entorno más cercano.
  • Si no existe un interés por compartir sus intereses y juegos a nivel comunicativo (nos referimos a intención comunicativa: la habilidad para emplear la comunicación, verbal o no verbal, para expresar emociones, necesidades e intereses de manera espontánea) o a nivel de interacción (nos referimos a la atención conjunta: la habilidad para interactuar con el objeto y otra persona compartiendo entre ambos la atención hacia el objeto. Ejemplos de atención conjunta pueden jugar a pasar la pelota o compartir la lectura de un cuento).
  • Si en vez de señalar lo que quiere coge del brazo al adulto para conseguirlo, convirtiendo a este en un instrumento para un fin determinado.
  • Si el niño no muestra un correcto desarrollo del juego simbólico, que se refiere a la capacidad de imitar situaciones de la vida real representando de manera simbólica roles y situaciones cotidianas, como jugar a los médicos o las cocinitas.

Señales de alerta de 6 a 12 años


A partir de los 6 años, y hasta aproximadamente los 12, debemos atender a las siguientes señales de alerta (Naranjo, 2014; Barnhill, 2016):

  • Si aparecen alteraciones en la comunicación y lenguaje, tales como problemas en la entonación de las palabras (prosodia) habla ecolálica (repetición de palabras/frases que oye de forma literal), dificultades a la hora de iniciar y mantener una charla informal o de captar bromas o dobles sentidos de las expresiones comunicativas. Por otro lado, suelen ser comunes problemas en el lenguaje no verbal como la incomprensión de gestos y/o el uso del cuerpo de forma inadecuada.
  • Si observamos dificultades a la hora de reconocer y expresar los propios sentimientos y los de los demás, tales como expresiones o reacciones emocionales inapropiadas a la situación que se está viviendo.
  • Si observamos patrones de juego “atípicos” o poco frecuentes (ausencia o retraso en la adquisición del juego simbólico como en etapas previas del desarrollo): observar las ruedas de un coche sin ofrecer otro tipo de juego con él o apilar ordenadamente y/o por categorías varias piezas en lugar de formar una torre o crear una ciudad con ellas. Esta etapa del desarrollo es básica para la socialización del niño con sus iguales, por lo que también es muy común observar dificultades en el juego colectivo a la hora, por ejemplo, de captar las normas sociales o las intenciones de cada juego, el sentido de unidad, de juego en equipo o el no tener en cuenta las intenciones o sentimientos de sus compañeros.
  • Durante este periodo es cuando empiezan a hacerse verdaderamente destacables los intereses circunscritos o idiosincrásicos, algo que en la gran mayoría de las ocasiones redunda en comportamientos disruptivos y problemas de conducta, al pretender seguir rutinas de comportamiento fijas o presentar gustos muy obsesivos y específicos por algún tema, personaje de ficción o juego.

Señales de alerta a partir de los 12 años

Con respecto a la adolescencia, Wing (1996) afirma que las principales preocupaciones y necesidades del adolescente con TEA no difieren demasiado de las de sus iguales. No obstante, continúan presentando dificultades en cuanto a logros de autonomía y la comprensión social e intenciones de su entorno, lo que provoca una fuerte disonancia entre lo que ellos desean conseguir y la realidad de qué aspectos pueden o no llevar a cabo.

Es importante señalar que, en esta etapa del desarrollo, debido a la edad, ya no se hablaría de señales de alarma, sino de manifestaciones de cada persona. Así, se observan los siguientes indicadores de comportamiento:

  • Mayor inmadurez (en relación a su grupo de referencia), en razonamientos, intereses, actitudes, motivaciones y conductas.
  • Notorias dificultades en cuanto a la comunicación y comprensión emocional y la reciprocidad con la otra persona, lo que en muchos casos deriva en la búsqueda de la compañía de los demás únicamente para satisfacer las necesidades propias de la persona o las aproximaciones sociales que realizan son inadecuadas (pudiendo presentar una elevada introversión o excesiva extroversión).
  • Presencia de comportamientos rutinarios (referidos, por ejemplo, a temas de alimentación, conductas de promoción de la salud y bienestar, higiene…), que pueden provocar una necesidad de cumplimiento obligada, anclándolos en rutinas fijas e inamovibles.
  • Menor habilidad para resolver conflictos y afrontar situaciones de estrés, lo que puede llevar a más cambios súbitos de humor, agresiones y autoagresiones.

Intervención en centros de atención temprana

La detección de estas señales y dificultades en edades tempranas es fundamental para favorecer un desarrollo óptimo, ya que así podemos aprovechar la plasticidad cerebral que tienen los niños a estas edades, para estimular al máximo y de una forma eficaz el desarrollo de tu hijo o hija.

Por eso, es fundamental que identifiques en el entorno familiar los indicadores para poder acudir a un centro de atención temprana donde puedan iniciar la intervención lo más pronto posible sin esperar a tener un diagnóstico.

Como ya explicamos antes, el TEA no es una enfermedad y no podemos hablar de “cura”, podemos entenderla como una condición o característica más del niño con la cual deberán aprender a vivir tanto él como su familia. El papel de los profesionales se centrará en ayudar al niño y su entorno a generar estrategias de adaptación y asegurarle una calidad de vida tanto en la edad adulta como durante su desarrollo.

La etiqueta no es lo importante, sino identificar sus puntos fuertes y débiles para planificar una intervención que se ajuste a sus necesidades. Y para llevar a cabo una correcta evaluación de sus necesidades debemos implicar a los padres a lo largo de todo el proceso y en especial en la toma de decisiones para establecer los objetivos de la intervención.

Es frecuente que los niños con Trastorno del Espectro Autista tengan rabietas cuando se les cambia de actividad o de lugar, principalmente por la incertidumbre de no saber lo que ocurrirá a continuación o la falta de comprensión de lo que sucede en ese momento.

Por este motivo, de cara a la intervención es primordial llevar a cabo una estructuración del ambiente, organizando los espacios y las tareas con ayudas visuales que les anticipe de los cambios. La anticipación reduce la ansiedad y les proporciona una sensación de seguridad.

Habilidades sociales y pautas de interacción

Otro aspecto clave en la intervención son las habilidades sociales. Es importante dotar a estos niños de estrategias comunicativas efectivas que les permita relacionarse con el mundo y expresar sus necesidades y emociones. El primer paso consiste en evaluar el tipo de comunicación que emplea y si este resulta efectivo o socialmente aceptado.

En caso contrario, debemos seleccionar el sistema comunicativo que mejor se ajuste a las características del niño, optando por un sistema aumentativo (que complemente al lenguaje oral que ya tiene adquirido para favorecer su eficacia) o un sistema alternativo de comunicación (que sustituya al lenguaje oral).

Una vez hecho este paso, debemos enseñar unas pautas de comportamiento o rutinas de tipo social como saludar, despedirse, dar las gracias o pedir por favor. Existen muchas actividades que nos pueden ayudar a trabajar las habilidades sociales en niños con TEA, como, por ejemplo:

  • Juegos que favorezcan el contacto ocular.
  • Juegos en los que tenga que pedir cosas o rechazar cosas.
  • Juegos con instrumentos o pelotas para trabajar la atención y anticipación con consigna como “preparados listos… ¡ya!” o “uno, dos y… ¡tres!”.
  • Tareas de identificación y asociación de emociones mediante imágenes o pictogramas.
  • Actividades que los expongan a situaciones sociales (la compra, excursiones, visitas familiares, etc).
  • Lo más importante para explicar las normas sociales es dejarles claro lo que sí tienen que hacer y lo que no, el por qué y las consecuencias.
  • Juegos de turnos.

Intervención en nuestro centro

Para llevar a cabo una intervención óptima se debe implicar a la familiar y al entorno del niño o niña con el fin de generaliza los aprendizajes. Por eso, desde nuestro centro trabajamos desde un modelo centrado en la familia con niños y niñas con TEA o Trastorno del Espectro Autista.

Además, contamos un equipo interdisciplinar (logopeda, psicóloga, psicopedagoga y terapeuta ocupacional) que cubren todas las necesidades que pueden surgir a largo de su desarrollo.

Si tienes alguna duda, en Lapis de Cor estamos para atender tus consultas. ¡Contacta con nosotros!

Autoras

  • Ana María Villamor Pérez
  • Marta Vázquez Martínez
  • Rocío Andrés García

Referencias bibliográficas

  • Asociación Americana de Psiquiatría. (2013) Manual de diagnóstico y estadística de trastornos mentales (5ª ed.). Washington DC: Autor.
  • Attwood, T. (2013). ¿Qué es el síndrome de Asperger?. En Guía del TEA. (pp. 19-58). Barcelona: Paidós.
  • Barnhill, G. (2016). Trastorno del Espectro Autista: Guía para padres y educadores. RET, Revista de Toxicomanías, (77), 3-6.
  • Naranjo, R.A. (2014). Avances y perspectivas en Síndrome de Asperger. NOVA: Publicación científica en ciencias biomédicas, 12(21), 82-101.
  • Wing, L. (1996). The Autistic Spectrum. A guide for parents and professionals. Londres: Constable.

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